Os voy a contar un cuento. Me lo contó el otro día una mujer que me conoce desde que llegué a este mundo. Es una historia que no conocía:
Erase una vez (adoro ese comienzo de los cuentos) una mujer gris, callada, hermética. Esta mujer, llevaba una vida bastante sufrida, había nacido en una familia que lo perdió todo por la guerra, venida menos, con muchos hermanos. Dado el número en el que llegó, la primera de las mujeres, le tocó ser la que ayudase en casa, la mano derecha de su madre para todo, ya que su madre tuvo 12 partos.
Creció sin grandes lujos, sin grandes emociones y como resultado su carácter fue muy introvertido.
Esta mujer pasó varias situaciones muy difíciles y, con 20 años, tuvo a su primera hija.
Trabajaba para llevar dinero a casa, llegaba a casa cuando el sol se ponía y tenía una hija que atender.
Tuvo 3 hijas más, y con cada una de ellas su vida entraba en mayores dificultades.
Tenía trabajos muy precarios, sin contratos, con muchas horas que no se le pagaban y llegaba a casa y tenía que preparar comidas, cenas, limpiar, etc.
Sus hijas le ayudaban, pero como niñas que eran, a veces no eran conscientes de todo el peso que soportaba la mujer, de cuándo tendrían que haber callado, o haber ayudado más, o no pelearse, o no tener berrinches.
La parte del cuento no conocida y descubierta ahora es que esa mujer casi cada noche se pasaba hasta las 2-3 de la mañana fregando a mano con agua fría. Y 4 hijas (más 2 adultos) pequeñas son mucha ropa sucia. Más con esas hijas que no paraban.Y sus manos, curtidas, gruesas, fuertes eran producto de todas estas situaciones.
Esa mujer cada mañana se levantaba a las 6-7 de la mañana para irse a trabajar, teniendo que confiar en que sus hijas serían responsables y se cuidarían la una a la otra. Volvía de trabajar y le tocaba trabajar en casa.
Esta parte del cuento descubierta consiste en un regalo de una vecina.
La vecina conocía la historia de la mujer ya que era conocida por todos en ese lugar, y un día tuvo un problema con su lavadora. La lavadora lavaba pero no aclaraba bien.
Se compró una nueva, y decidió que tenía que darle la que no aclaraba a esa mujer, ya que así al menos sólo tendría que aclarar y se evitaría estar frotando.
Para la vecina fue un acto sin más, no le costaba nada, y para la mujer, imagino, una mezcla entre vergüenza y gratitud infinita por ayudarle.
Bien, pues esta mujer, es mi madre.
Y este cuento, parte de la historia de mi vida, que evidentemente no recuerdo porque era muy pequeña.
Este cuento, contado como una cosa anecdótica sin importancia al preguntarme por mi madre en mi barrio, a mi me dió mucha pena y mucho orgullo.
A veces me frustro porque no es la típica madre que esperas tener o que ves que los demás tienen, no es cariñosa (lo era a su manera, que era tirarte del pelo, pellizcarte o cosas así que molestaban), no recuerdo que nos dijese un te quiero, no nos aconsejaba ni nos preguntaba cómo estábamos, ni que tal el cole o con los amigos ni era alguien que te diese un discurso o sermón sobre nada.
A veces es vulnerable psicológicamente e invertimos los papeles y yo parezco su madre.
Esta mujer se merece todo lo bueno que la vida pueda ofrecer, es leal, honesta, sencilla, fiel, buena, servicial, sensible. Tiene una inteligencia callada, observadora, sin crear conflictos ni sobresaltos, con un carácter lineal.
Me crié entre mujeres muy fuertes, a las que admiro, sin más.
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