O lo que es lo mismo, bendecida.
Y es que a veces, aunque soy tendente al pesimismo, no puedo más que dar las gracias por lo que tengo.
No es que me me haya pasado nada destacable, simplemente es que puedo decir que tengo una familia que me quiere, unos amigos de una calidad insuperable, tengo trabajo y una casa en la que dormir, con calefacción y todas las comodidades que no he tenido en otras épocas de mi vida. Y no hay que darlas por hecho, de un día para otro la vida gira, da un cambio, y dónde antes tenías lo más importante, la salud, deja paso a la enfermedad y todo se convierte en secundario.
He estado en todos los procesos que se pueden vivir. Excepto el de ser madre.
He estado arriba, creyéndome la mejor, insuperable, con muchos pajaritos en la cabeza y claro, lo que está arriba...baja. También he estado abajo, muy abajo, y siempre, digo bien siempre, he tenido alguien que me ha ayudado. Sin pedirlo, sin esperarlo, porque sí.
En apariencia soy una persona muy extrovertida, abierta, afable, sin embargo, también existe la parte introvertida, hermética, alejada de la gente. A veces me cuesta equilibrarlas, imagino que quizá nos pase a todos.
Me he pasado años observando a la gente, mientras aparento una alegría a veces incluso infantil o desmedida, producto de los nervios, y no se me da mal hacer perfiles, escudriñando los resquicios, sacando lo profundo, abrazando sus fantasmas porque, siendo sincera, todos tenemos fantasmas y muertos en los armarios.
Yo tengo unos cuantos. Y no tengo problemas en confesarlos, porque también forman parte de mi y me han hecho ser quién soy, llegar hasta aquí.
He tenido épocas muy oscuras, duras, situaciones que me han hecho vivir y situaciones que he creado propias de pesadilla. Las abrazo. A todas y cada una.
Evidentemente si algún afectado lo lee, lamento el daño que haya podido causarle, pero si sigues en mi vida es por algo, y, si no estás, no estuve o no estuviste a la altura y somos humanos, a veces esas cosas pasan. Si se quedo algo pendiente mi puerta siempre estará abierta y disfrutaré como una niña pequeña, no tengas vergüenza y sal a mi encuentro. Con una cerveza y un abrazo. Sino vete por dónde has venido, que nadie te obliga.
Pero tras tanta divagación, todo iba sobre sentirme bendecida. Y cada porción de ello merece ser elogiado.
Tengo una madre fabulosa. Es fuerte. Es algo misteriosa y hermética, con un halo apocado, pero con una bondad INFINITA. Es sensible y puede ser frágil si le tocas algunas teclas que son evidentes. No es una madre "normal", ya hablé de ello, no me aconseja, sermonea, da lecciones de vida esenciales ni nada así. Pero me enseña cada día, en su silencio (roto siempre por lo que casca conmigo), su cocina, sus ojos con su mirada incluso triste, su presencia. No tendré vida para agradecer todo lo que he recibido sin que lo sepa.
También tengo unas hermanas admirables. Las tengo en un pedestal. A cada una de ellas, por diferentes motivos. Todas hasta nuestra edad adulta pasamos por idéntico camino, pero ellas eran más fuertes, son un espejo en el que poder mirar y sentir orgullo. Son fuertes, luchadoras, buenas, duras cuándo se ha de ser y, en cada momento de mi vida, han estado brindándome su amor.
Por otro lado están mis amigos. Algunos por los años y por las circunstancias forman parte de mi familia. Curiosamente, no cumplo aquello de "se pueden contar con la palma de una mano". Tengo la suerte de poderlos contarlos en mayor número, y no es un decir, ni un querer adolescente, ya que los años lo han demostrado.
Acabo de comprarme casa, he vuelto a mi barrio cómo quería (la otra opción, Juslibol, no tenía ninguna disponible, pero allí acabaré si llego a ser vieja, viendo amaneceres y atardeceres entre naranjas y morados, con Zaragoza debajo y el Moncayo de fondo) y me voy encontrando gente que fue conmigo a clase, al colegio, al instituto, de fiesta. Cómo cambiamos! Se me hace difícil explicar que aunque sigo siendo una lianta de mucho cuidao', ya no soy la misma persona, soy mejor persona.
Cómo dice la canción de Mecano, y para acabar, "sin entrar en pormenores, yo sé hacer cosas mejores".
domingo, 29 de diciembre de 2019
lunes, 23 de diciembre de 2019
Retomando
Hoy he releído todo lo que había escrito, llevaba mucho sin escribir, no porque no tuviera rollo que soltar, más bien por omisión.
Ojalá pudiera tener una grabadora en la cabeza, mientras conduzco tengo pensamientos brillantes, en la cama cuando me dispongo a dormir divago entre fantasías, mientras me ducho en el gimnasio o cuándo me meto al jacuzzi y sólo oigo el burbujeo del agua...ahí, en esos momentos, a veces rozo la genialidad. El resto, como incluso lo anterior, me acaba pareciendo que no está a la altura.
Mañana en Nochebuena, y comenzamos con aquello de hacer balance del año pasado, de cómo queremos que sea el que viene, metas, agradecer lo que tenemos, etc.
Bien, este 2019 para mí ha marcado un antes y un después.
Perdí a una gran amiga y perdí a mi gata. Ambas con una semana de diferencia. A lo que habría que sumar una situación sentimental complicada.
Desde entonces he estado balanceándome.
No he hablado mucho del tema, y tampoco sé si este es el lugar para hacerlo, pero allá vamos.
Después de haber pasado un cáncer de hígado con operación para dejarle el mínimo vital, un dolor de espalda supuso el peor de los diagnósticos: metástasis en pulmones. No había nada que hacer y mi amiga sólo podía tener cuidados paliativos. Digiere la noticia. Asume que te vas a morir en semanas.
Tuvimos que hacer todos los preparativos para ese momento, elegir funeral, dejar administrador de cuentas como Facebook, correo, Whatsapp, despedirte de la gente, a muchos sin decirles que era la última vez que los veías y, día tras día, ir dejando paso a los chutes de morfina, a las llamadas al médico para buscar ayuda para los dolores, a saber que eran los últimos momentos que existías...
Con 35 años.
Yo mentía por hacerle sentir bien. Me dejaba las indicaciones de lo que quería y lo que no. Mirábamos las fotos que quería borrar, las que quería que tuviese esta o aquella persona, reíamos cómo si no existiera la cuenta atrás. Pero existía. Y algo en mí se rasgó.
Fue un gran apoyo en otras épocas. Vivía en mi bloque de apartamentos cuándo me fui a vivir a un pueblecito, también era de mi barrio, y estuvo ahí cuándo pasé una época muy mala por temas sentimentales y laborales.
Ella ahora me admiraba. Decía que era su ídolo. Lo que no sabrá es que quien la idolatra soy yo.
Días antes había tenido que tomar la decisión más difícil que he tenido que tomar. Decidir si alguien vive o muere no debería de ser algo que tengamos que hacer. Es como jugar a ser Dios, y yo no lo soy, ni querría serlo.
Me tocó hacerlo con mi gata. Llevábamos 20 años juntas, y nada de lo que pueda decir o escribir podrá describir lo que sentía por ella. Decidí hacerlo en casa, y cavar un hoyo en el terreno de mi madre para enterrarla, cosas que tuve que organizar previamente. No lo recomiendo.
Llevaba casi dos años haciendo de enfermera, teniendo que inyectarle suero diariamente porque no le funcionaban los riñones, también había tenido dos momentos en los que casi muere en los que hubo que dejarle colocadas sondas de alimentación y cada 3 horas tenía que darle de comer papilla templada.
Y, de repente, un bulto en una mama. Como un guisante, ahí estaba, no lo había tocado antes. Como resultado el peor de los pronósticos, carcinoma. En cuestión de semanas el guisante se convirtió en una pelota ulcerada, a la que había que hacerle dos curas al día.
Aún así no se rendía. Me buscaba pidiendo mimos, quería vivir, pero su cuerpo se fue consumiendo, y yo fui alargando lo que no tenía ovarios a decidir.
Desde entonces me he mantenido a flote. Tuve un bajón muy grande semanas después, pero también tuve a mucha gente preocupándose por mí, por lo que no tuve más remedio que reponerme, no podía dejar así a mis fans.
A día de hoy sigo echándolas de menos, aunque no lo publique en Facebook con grandes estados trasncendentales. Mi alma ha perdido un poquito de peso, pero siempre he sido más bien delgadita.
Ojalá pudiera tener una grabadora en la cabeza, mientras conduzco tengo pensamientos brillantes, en la cama cuando me dispongo a dormir divago entre fantasías, mientras me ducho en el gimnasio o cuándo me meto al jacuzzi y sólo oigo el burbujeo del agua...ahí, en esos momentos, a veces rozo la genialidad. El resto, como incluso lo anterior, me acaba pareciendo que no está a la altura.
Mañana en Nochebuena, y comenzamos con aquello de hacer balance del año pasado, de cómo queremos que sea el que viene, metas, agradecer lo que tenemos, etc.
Bien, este 2019 para mí ha marcado un antes y un después.
Perdí a una gran amiga y perdí a mi gata. Ambas con una semana de diferencia. A lo que habría que sumar una situación sentimental complicada.
Desde entonces he estado balanceándome.
No he hablado mucho del tema, y tampoco sé si este es el lugar para hacerlo, pero allá vamos.
Después de haber pasado un cáncer de hígado con operación para dejarle el mínimo vital, un dolor de espalda supuso el peor de los diagnósticos: metástasis en pulmones. No había nada que hacer y mi amiga sólo podía tener cuidados paliativos. Digiere la noticia. Asume que te vas a morir en semanas.
Tuvimos que hacer todos los preparativos para ese momento, elegir funeral, dejar administrador de cuentas como Facebook, correo, Whatsapp, despedirte de la gente, a muchos sin decirles que era la última vez que los veías y, día tras día, ir dejando paso a los chutes de morfina, a las llamadas al médico para buscar ayuda para los dolores, a saber que eran los últimos momentos que existías...
Con 35 años.
Yo mentía por hacerle sentir bien. Me dejaba las indicaciones de lo que quería y lo que no. Mirábamos las fotos que quería borrar, las que quería que tuviese esta o aquella persona, reíamos cómo si no existiera la cuenta atrás. Pero existía. Y algo en mí se rasgó.
Fue un gran apoyo en otras épocas. Vivía en mi bloque de apartamentos cuándo me fui a vivir a un pueblecito, también era de mi barrio, y estuvo ahí cuándo pasé una época muy mala por temas sentimentales y laborales.
Ella ahora me admiraba. Decía que era su ídolo. Lo que no sabrá es que quien la idolatra soy yo.
Días antes había tenido que tomar la decisión más difícil que he tenido que tomar. Decidir si alguien vive o muere no debería de ser algo que tengamos que hacer. Es como jugar a ser Dios, y yo no lo soy, ni querría serlo.
Me tocó hacerlo con mi gata. Llevábamos 20 años juntas, y nada de lo que pueda decir o escribir podrá describir lo que sentía por ella. Decidí hacerlo en casa, y cavar un hoyo en el terreno de mi madre para enterrarla, cosas que tuve que organizar previamente. No lo recomiendo.
Llevaba casi dos años haciendo de enfermera, teniendo que inyectarle suero diariamente porque no le funcionaban los riñones, también había tenido dos momentos en los que casi muere en los que hubo que dejarle colocadas sondas de alimentación y cada 3 horas tenía que darle de comer papilla templada.
Y, de repente, un bulto en una mama. Como un guisante, ahí estaba, no lo había tocado antes. Como resultado el peor de los pronósticos, carcinoma. En cuestión de semanas el guisante se convirtió en una pelota ulcerada, a la que había que hacerle dos curas al día.
Aún así no se rendía. Me buscaba pidiendo mimos, quería vivir, pero su cuerpo se fue consumiendo, y yo fui alargando lo que no tenía ovarios a decidir.
Desde entonces me he mantenido a flote. Tuve un bajón muy grande semanas después, pero también tuve a mucha gente preocupándose por mí, por lo que no tuve más remedio que reponerme, no podía dejar así a mis fans.
A día de hoy sigo echándolas de menos, aunque no lo publique en Facebook con grandes estados trasncendentales. Mi alma ha perdido un poquito de peso, pero siempre he sido más bien delgadita.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)
BLESSED
O lo que es lo mismo, bendecida. Y es que a veces, aunque soy tendente al pesimismo, no puedo más que dar las gracias por lo que tengo. No...